Arrojos contra el vendaval. Buenas prácticas de educación en México
Sinopsis
Al observar los sistemas de educación de América Latina, y de México en particular, el panorama que casi siempre se dibuja es triste. Todo tipo de diagnósticos confirman que más allá del incremento de la matrícula, los regímenes escolares no cumplen con los propósitos elevados que la sociedad -vía pensadores, gobernantes y funcionarios- le asignan. Su propósito superior: fomentar la prosperidad nacional.
En la historia de la creación y consolidación de los sistemas educativos nacionales de América Latina se encuentran trozos discursivos y consideraciones de que la educación sería la energía impulsora para que los habitantes de estas tierras fueran personas cultas, virtuosas, buenos ciudadanos, amantes de la paz, la concordia y la solidaridad internacional, así como trabajadores responsables y productivos al máximo de su potencial. Viene a la memoria el legendario primer secretario de Educación Pública de México, José Vasconcelos, que abogaba por “la educación de los pueblos y la democracia como las mejores vías para alcanzar la paz y la unidad de las naciones” (Vasconcelos, 1981). La palabra calidad no figuraba en aquellos discursos, pero se hacía referencia a una buena educación.
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